martes, 8 de diciembre de 2015

La Niña Sin Sonrisa


Hace días dibujé una niña, me salió TAN bonita, tenia los ojos grandes y expresivos, brillantes, todo el rato parecían decir algo, contar historias guardadas en el alma.
La nariz no era más que una sombra, pero la dotaba de personalidad, me gustaba.
Pero la boca... la boca no conseguía convencerme. La pinté carnosa, sexy... y la hacía adulta. La pinté fina, recta, y la hacía remilgada. La pinté curvada... y la hacía apenada, por más que lo intentaba, la niña de ojos grandes estaba triste, así que borré su boca y dejé el papel sobre la mesa, después me fui a dormir pensando que tras la noche, encontraría una sonrisa perfecta.
A la mañana siguiente, con un zumo de naranja en la mano y después de encender el ordenador, me fui a la mesa... llena de pelos, (es lo que tiene vivir entre felinos).
Mi dibujo no estaba... ¡malditos gatos! lo habrían tirado por ahí o no sé que otro destino cruel habría recibido mi niña de ojos grandes. En su lugar solo había folios en blanco, así que decepcionada y sin ganas de volver a empezar, me bebí el zumo, me vestí y salí a recolectar rayos de sol... nunca vienen mal.
La ciudad estaba como gris, esa típica gama de colores de las primeras televisiones, que te hacen adivinar la textura pero sin brillo, sin pigmento. ¡Qué alucine! me pellizqué por si estaba en un sueño, pero nada... todo seguía igual, así que como la vida me ha enseñado a adaptarme a toda clase de circunstancias, cogí el camino hacia el puente, las aves, el mar... todo se debería de ver sorprendente, o al menos diferente.
No había un alma, las calles estaban desiertas... en el fondo un poco de miedo si tenía, (en las pelis es cuando te sale un zombie y te chupa el cerebro) pero aun así no tenía nada mejor que hacer y avancé entre miradas de reojo al camino andado, desconfiada y algo temblorosa.
Ya en el puente todo fue empeorando, gaviotas volando sin moverse del sitio, como si fueran de oleo, como si alguien le hubiese dado al pause a la vida... y ... unas piernas entre las barras de la barandilla, moviéndose, como al compás de una canción de comba.
Allí estaba ella, me miró y no tenia sonrisa... una cara con la boca borrada.
Sus ojos me miraron tristes, los míos le imploraron un perdón.

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