http://www.youtube.com/watch?v=gPqJ6gDEgqU
Siempre que pasaba por ese lugar oía al chico del tambor... pomm... pomm porrón.
Primero te engatusaba ese latido de corazón despampanante y luego, una vez frente a él, la serenidad de todo lo que le rodeaba.
Llamaba mi atención porque era muy silencioso, solo tocaba su ritmo monótono y miraba atentamente lo que pasaba a su alrededor.
Cuando pasaba por allí que era de tarde en tarde, me seguía con la mirada con cierta curiosidad, como si fuera la única persona que viese en siglos.
Yo al principio me extrañé. pero me empezó a gustar esa sensación de sentirme observada por él y comencé a pasar por allí todo los días.
A medida que pasaba el tiempo, cuando sabía que me miraba, hacía una de esas piruetas graciosas que tanto he practicado y lo veía sonreír. ¡Qué plenitud al ver la risa cómica en su cara! y me iba satisfecha.
Aquella mañana ya de lejos, le veía empinar la cabeza... como el filibustero otea la lontananza en la mar buscando galeras españolas. Os juraría ahora mismo, porque no tengo ninguna duda, que me esperaba ansioso, por la sonrisa que regalo al mundo cuando me vio.
Cuando llegué frente a él, eso no era un tambor, era el Preludio en C Mayor de Bach a piano, era el sonido más hermoso que yo había oído nunca, porque lo había provocado yo en un pequeño niño enigmático.
Así que como para agradecérselo me acerqué:
- Hola.- Le dije conmovida.
Se levantó, cogió su tambor y salió huyendo.
Mi cara era un smile triste, un "te amo" borrado en el banco de un parque.
Desanduve el camino cabizbaja y en el trayecto, oía risas de brujas y tenían ojos rojos los arboles...
En las próximas semanas... volví cada día...
El niño del tambor se esfumó.
A veces pienso que era un diente de león que si lo soplas porque es bello, se desintegra en minúsculas partículas de belleza por el firmamento... como aquel sonido... pomm... pomm... porrón.
Primero te engatusaba ese latido de corazón despampanante y luego, una vez frente a él, la serenidad de todo lo que le rodeaba.
Llamaba mi atención porque era muy silencioso, solo tocaba su ritmo monótono y miraba atentamente lo que pasaba a su alrededor.
Cuando pasaba por allí que era de tarde en tarde, me seguía con la mirada con cierta curiosidad, como si fuera la única persona que viese en siglos.
Yo al principio me extrañé. pero me empezó a gustar esa sensación de sentirme observada por él y comencé a pasar por allí todo los días.
A medida que pasaba el tiempo, cuando sabía que me miraba, hacía una de esas piruetas graciosas que tanto he practicado y lo veía sonreír. ¡Qué plenitud al ver la risa cómica en su cara! y me iba satisfecha.
Aquella mañana ya de lejos, le veía empinar la cabeza... como el filibustero otea la lontananza en la mar buscando galeras españolas. Os juraría ahora mismo, porque no tengo ninguna duda, que me esperaba ansioso, por la sonrisa que regalo al mundo cuando me vio.
Cuando llegué frente a él, eso no era un tambor, era el Preludio en C Mayor de Bach a piano, era el sonido más hermoso que yo había oído nunca, porque lo había provocado yo en un pequeño niño enigmático.
Así que como para agradecérselo me acerqué:
- Hola.- Le dije conmovida.
Se levantó, cogió su tambor y salió huyendo.
Mi cara era un smile triste, un "te amo" borrado en el banco de un parque.
Desanduve el camino cabizbaja y en el trayecto, oía risas de brujas y tenían ojos rojos los arboles...
En las próximas semanas... volví cada día...
El niño del tambor se esfumó.
A veces pienso que era un diente de león que si lo soplas porque es bello, se desintegra en minúsculas partículas de belleza por el firmamento... como aquel sonido... pomm... pomm... porrón.
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